Nos azotó un terremoto grado 8,9 en Concepción, a las 03;45 horas del día 27 de febrero de 2010. Mi experiencia dentro de mi departamento, en un cuarto piso, fue aterradora. Es difícil explicar lo acontecido. Supuestamente yo tengo un sueño liviano. Gran error mío. José, dice que yo no podía despertar. Al principio cuando él me contó eso, yo no lo creía. Con el pasar de las horas, sí, lo creo. Porque cuando yo me bajé de la cama, él estaba cerca de la puerta de nuestro dormitorio y ahí nos quedamos paralizados y aterrados. Eran segundos de horror. Fueron los segundos más largos de toda mi vida. El edificio se sacudía de un lado hacia otro. José, dice que era una batidora. Estábamos aterrados, abrazados; yo esperaba lo peor. Primera vez en mi vida, que siento de cerca la muerte. Es más creí que ahí moría. Sólo esperaba que el edificio se derrumbaba y esperaba el final solamente. Ahí se me vinieron a la mente mis hijos, mis nietos, mi yerno. Fueron segundos horrorosos y de una oscuridad indescriptible. El ruido que acompañaba a este monstruo, era atroz. Todo lo más atroz y espantoso que haya vivido y con la conciencia de ser adulta. Todo era destrucción, sentía en mis hombros cosas que caían sobre mí. Todo era destrucción. Cuando sentí caerse mi vitrina decorada con hermosos vasos de cristal, confirmé que esto era un terremoto; no un temblor. Lentamente esta pesadilla comenzó a aquietarse y pudimos salir de la parálisis que nos encontrábamos producto del movimiento. Rápidamente tomamos conciencia de lo que teníamos que hacer para salvarnos y salir del edificio lo más pronto posible. Como estábamos durmiendo estábamos en pijama. Lo primero que se nos ocurrió buscar fue mi linterna que yo tenía cargándose y que nos salvaría de esa oscuridad espantosa en que nos encontrábamos. Nos vestimos y nuestros temblorosos cuerpos parecían verdaderos robots tratando de coordinar movimientos absurdos productos de tantos nervios. Busqué con la conciencia de que era de noche y estaría muy helado. Me abrigué bien mis pies, me puse un jeans, una parka muy cómoda y muy abrigada y comenzó nuestra escapada del departamento. Se nos hizo estrecho cada paso, ya que todo estaba fuera de lugar y esto dificultaba la salida. Había que tener conciencia de qué era más importante para tener a mano. Busqué uno de mis tesoros que nunca me han faltado: AGUA. Una gran botella de agua para José que es diabético y que tiene la tendencia de que se le seque la boca. Con nuestra linterna, nuestra botella de agua y abrigados comenzó nuestra huida del departamento. El horror comienza cuando hay gente implorando luz para alumbrarse. Busqué un encendedor y le regalé a una vecina que imploraba por alumbrar su departamento. La bajada por el edificio fue la más larga que haya realizado. Nos encontrábamos con vecinos desconcertados, aterrados, desesperados y cada uno tratando de salvarse de esta atrocidad que estábamos viviendo. La desorientación reinaba en cada ser que uno encontraba en el camino. Todos éramos sonámbulos y desamparados. Éramos cuerpos inertes que caminábamos entre tanto escombro. La vereda del frente del edificio
María Angélica Villar Norambuena.
Concepción, Chile. Octava Región.